miércoles, 10 de marzo de 2010

Habitación 606



El hotel Ritz de Madrid, situado en plena plaza de la Lealtad, es uno de esos sitios en donde siempre hay una cierta afluencia de personas con aspecto distinguido que acuden a determinados eventos, se citan en alguno de sus restaurantes o simplemente desean a alojarse en uno de los hoteles más excusivos de la capital, aunque en los últimos tiempos era frecuentado cada vez más por los denominados "nuevos ricos", españoles o extranjeros, con pinta de horteras y forzadas poses de "snobs".
Sin embargo, aquella noche de viernes de finales del mes de Junio, el hall del hotel estaba más tranquilo de lo habitual: apenas había un par de japoneses en recepción y un grupo de americanos con aspecto adinerado que se disponía a salir para tomar los taxis aparcados en la puerta.
Eran justo las 21.45, cuando entró por la puerta principal un hombre con aire decidido; era joven, rondaría los treinta y pocos, y tenía ese aire de seguridad que tienen los hombres cuando saben que triunfan entre las mujeres. Llevaba un traje oscuro de Armani que le quedaba como un guante y que realzaba su elevada estatura. El pelo, cortado al uno, brillaba negrisimo bajo la luz artificial. Su cara, de facciones regulares, reflejaba un cierto aire de fastidio cuando consultó de reojo su Rolex de acero. Llegaba con 15 minutos de antelación. Era una de sus virtudes –o defectos-: la excesiva puntualidad. Decidió sentarse un rato en uno de los lujosos divanes que había enfrente de la recepción, mientras notaba que varias de las yankees se daban la vuelta para mirarle con disimulo.
El se preguntó qué pensarían si supieran que no era más que un vulgar puto; bueno, no tan vulgar, en realidad era el puto más caro y exclusivo que tenía Miss K., dueña de la agencia de acompañantes masculinos para mujeres más elitista de todo Madrid. Su nombre de guerra era Cristian. Se lo había impuesto Miss K. porque, decia, su auténtico nombre era poco "glamouroso" para el trabajo que iba a desempeñar.
Se llamaba Antonio, y era de un pueblucho de mala muerte de Cáceres, en donde no había otra cosa más que cerdos y fábricas de chorizos. Su padre era conocido por darle a la botella, y las malas lenguas decían que su madre, a la que nunca conoció, era una puta de lo más guapa que, al poco de tener al niño, se fugó no se supo bien dónde con el panadero del pueblo. El niño, según fue creciendo, tomo conciencia en seguida de la necesidad de salir de allí cuanto antes, si no quería acabar siendo un garrulo borrachín como su padre.
Todavía recordaba cuando llegó a Madrid con apenas 18 años. Fueron años duros para alguien sin dinero, sin estudios y casi analfabeto funcional, dado que nadie se molestó en que cursara algo más que la educación general básica. Peón de obra, pinche de cocina, camarero...pasó por una infinidad de oficios hasta que, un buen día, conoció a Miss K, una señora de lo más elegante, ya entrada en años y con un leve acento británico, que se tomaba los vasos de ginebra con las misma facilidad que si fuesen zumos de naranja.
A partir de ahí, hacía ya casi 15 años, su vida cambió por completo cuando la buena señora le hizo ver lo bien que se podía ganar la vida con un cuerpo como el suyo, y sobre todo, con hacer un buen uso de lo que tenía entre las piernas.
Con sus primeras clientas se comportó con cierta torpeza y con mucha, mucha verguenza, ya que sus experiencias amorosas se limitaban a unos cuantos escarceos con alguna de las camareras de los antros de mala muerte en los que trabajaba los fines de semana.
No obstante, en seguida se percató de que no se le daba mal la cosa, ya sea por su capacidad para abstraerse del hecho de tener que follarse a mujeres que, en la mayoría de los casos, no le gustaban, o quizá porque el tamaño de su polla provocaba que las clientes le eligieran una y otra vez por puro morbo, hecho que no se le escapó a la siempre espabilada Miss K., que, en cuanto se dio cuenta del potencial del chico, se dedicó a lo que ella llamaba cariñosamente "pulir al pupilo", es decir: le enseñó a vestir con cierta clase y a tener buenos modales; también le apuntó a clases para que continuara sus estudios, y, sobre todo, consiguió que se llegara a expresar como un universitario de la zona más pija de Madrid, eliminando el cerrado acento cacereño que le había caracterizado hasta el momento.
Antonio demostró bien pronto ser un chico despierto y aprovechó con agradecimiento todas las enseñanzas y oportunidades que le dio Miss K, la cual no pudo evitar cogerle un cierto cariño, no exento de un interés muy particular en cuidar adecuadamente a la mejor de sus "inversiones".
Su agencia de compañía se caracterizaba por la "calidad" del material. Nada de chulos con pinta de macarras: no; Miss K. siempre ofrecía chicos de cierta categoría: podían ir a una opera o ejercer de acompañantes en una cela de gala sin desmerecer respecto al resto de los invitados. También podían tirarse a cualquier mujer sin pestañear, siempre, por supuesto, que se abonase la tarifa correspondiente.
Antonio era el mejor que había tenido nunca; con él, siempre querían repetir. También era el más caro, y el más exigente; hacía ya un par de años que había establecido sus propias condiciones, absolutamente inquebrantables: nada de besos en la boca, ni de cunnilingus ni de pasar la noche entera. Tampoco lo hacía con mujeres muy mayores (lo cual traía a veces de cabeza a Miss.K, cuando intentaba averiguar, disimuladamente, la edad de las clientas en los acuerdos telefónicos), y, por supuesto, no se tiraba a nadie por menos de 1.500 € en un tiempo máximo 2 horas; esta última circunstancia le había permitido terminar de pagar un loft estupendo en el madrileño barrio de Chamberí , además de vivir de forma desahogada; procuraba no derrochar en exceso, invirtíendo en planes de pensiones y en fondos de inversión.
Cuando alguna vez se planteaba dejar ese tipo de vida, Miss K. simplemente le recordaba los 18.000 € libres de impuestos que ganaba mensualmente.
Aquel día la "madame" había recibido un encargo de una mujer de lo más enigmática.
Era la primera vez que llamaba, y había pedido, sin ningún tipo de titubeo, -cosa rara para una primera vez- a un chico que fuera, literalmente "guapo, educado y extremadamente limpio". Todas pedían más o menos lo mismo, pero algo en su manera de hablar indicaba que era una persona exigente.
La clienta en cuestión también quería que el encuentro se produjera en el hotel Ritz: tenía reservada la habitación 606 a las 10 de la noche. - Una con las ideas claras- reflexionó, algo extrañada.
Inmediatamente pensó en Antonio; el problema es que era su día libre, por lo que exigió, educadamente, el doble de la tarifa habitual por la celeridad del servicio. Para su sorpresa, la mujer aceptó inmediatamente, hecho que provocó que la madame se apresurara a llamar a su pupilo, aún a sabiendas de que le iba a fastidiar el día.
- Antonio, tienes que trabajar esta noche, cariño, - le dijo con voz melosa en cuanto contactó con el por el móvil.
- Hoy? ni hablar.- Acababa de salir del gimnasio y sólo tenía ganas de arrastrarse hasta casa y ver tranquilamente en la tele una de sus peliculas favoritas: Blade Runner.
-> Este es un encargo especial. Se ha cobrado el doble de la tarifa..- Escuchó un silencio al otro lado de la linea.
-¿y eso porqué?, preguntó Antonio con voz desconfiada... ¿no será una abuela... o algo raro?...
-tranquilo, que no; por la voz era joven. Venga niño, que mañana te hago el ingreso en tu cuenta: 3.000 € por dos horas... y lo de mañana por la noche se lo doy a otro para que descanses.
- bufff... -escuchó un suspiro de fastidio - está bien.... dime dónde y cuando.
Esta conversación había tenido lugar hacia apenas dos horas, el tiempo justo para ir a casa, ducharse, arreglarse y aparcar su BMW en las inmediaciones del Ritz.
En aquél momento, mientras esperaba tranquilamente sentado a que dieran las 10 en punto, comenzó a hacer cábalas sobre lo que la suerte le depararía aquella noche. Sería una tía potable o una gorda llena de joyas ostentosas como la del sábado pasado?. Ojalá fuera de las que se conforman con un polvo sin extravagancias, y ale, para casa. Aunque esas eran las menos. En general, una vez que se les pasaba la verguenza inicial querían "amortizar" su inversión y por lo menos repetir una vez.
Siempre se reía cuando veía en la tv los reportajes sobre gigolós: que si las mujeres querían cariño, que si algunas sólo deseaban alguien que las escuchase...unos cojones!!, al final todas querían follar. Puede que al principio estuviesen nerviosas y quisiesen conversar un rato, mientras él, como buen profesional, las iba tranquilizando poco a poco, pero al final, a lo de siempre. Ni una lo perdonaba. Sólo una vez se libró porque la señora en cuestión llevaba tal cogorza que se quedó dormida nada más empezar.
Todas estas reflexiones le hicieron replantearse, una vez más, sobre la posibilidad de cambiar de vida. Le habían ofrecido trabajar como monitor en su gimnasio...¿podría adaptarse al cambio? ¿ser un mileurista?. De un tiempo a esta parte notaba que le empezaba a costar hacer determinados "servicios".
No podía evitar esa sensación en el estómago tan desagradable que tenía, cada vez con más frecuencia, los días que trabajaba.
Valoró, una vez más, su situación: no tenía apenas amigos (tan sólo algunos colegas del gimnasio con quienes salía de vez en cuando a tomar unas cañas), no tenía novia (ni nunca la había tenido), y la única familia que podía considerar como tal era una vieja madame que se jactaba del negocio que hacía a su costa.
Todos estos pensamientos le hicieron ponerse de un humpor sombrío. Notó, incómodo, que estaba sudando. Miró de nuevo su reloj: marcaba las 10 y cinco, así que se levantó apresuradamente y se dirigió al ascensor. Mientras subía, se examinó con mirada crítica en el espejo; no pudo evitar una sonrisa de orgullo al percatarse de su aspecto imponente.
Llegó a la habitación 606 y dió dos golpecitos muy seguidos mientras suspiraba con resignación. Escuchó que alguien se acercaba a la puerta y que la abría lentamente. CONTINUARÁ.

martes, 9 de marzo de 2010

El cambio



Aquél día volvía a mi casa desde el trabajo por el camino de siempre, sin embargo, mi modo de caminar era diferente: no eran esos andares enérgicos que me caracterizan; no, tan sólo me limitaba a arrastrar las piernas, con la mirada perdida y sin fijarme apenas por dónde iba.
Hacía frío, cosa normal en pleno mes de febrero; no obstante, yo apenas lo sentía, es más, llevaba mi impecable abrigo de Massimo Dutti desabrochado y el bolso colgado de cualquier manera. Un taxi me pasó rozando cuando crucé una calle casi sin mirar y el taxista sacó la cabeza por la ventanilla con gesto cabreado, pero algo en mi mirada le hizo continuar sin decir nada.
Me pregunté cómo reaccionarían los demás cuando les daban la noticia. ¿Se quedarían con una especie de vacío en el estómago, como me había sucedido a mi?, ¿tendrían también esa nausea continua, interminable, infinita?...¿cómo se supone que debe reaccionar uno cuando le comunican que ha dado positivo en los análisis de VIH?.
Todavía no entendía cómo me podía pasar eso a mí. Tenía 35 años, un novio guapísimo, éxito profesional, una casa estupenda y una cuenta corriente muy saneada.
Todo había empezado con una llamada telefónica a mi móvil, hacía apenas hora y media, de mi ginecóloga. De inmediato me acordé de los análisis (absolutamente rutinarios) que tenía pendientes de recoger y supe que algo malo pasaba. Mis sospechas se materializaron cuando, ante mi insistencia, me confirmó que había dado positivo en VIH. Me remitió a un colega suyo para que examinara mi caso y me pusiera en tratamiento cuanto antes, pero yo ya no la escuchaba.
Desconecté todos los teléfonos y me quedé mirando a la pared de mi despacho mientras cientos de recuerdos iban pasando a toda velocidad por mi cabeza: la primera vez que monté en bici, mi primer beso, mi licenciatura en económicas….
De pronto, observé la pila de trabajo que tenía sobre mi mesa. Llevaba ya casi 6 años trabajando no menos de 10 horas diarias en un estado de estrés permanente que me había provocado un insomnio ya crónico, aunque, para ser justos, también me había permitido llevar un nivel de vida que provocaba la envidia de mis amigos cuando visitaban mi ático de 140 m2 en pleno centro de Madrid o me veían en mi audi último modelo.
Todo esto me pareció, por primera vez en mi vida, absolutamente superficial. Me invadió una tremenda sensación de pérdida. Sabía que ya nada sería igual. Absolutamente nada. Se me ocurrió que debía llamar inmediatamente a Ricardo. Cuanto antes. Así que, aunque sabía que no le gustaba que le llamara cuando estaba de guardia, encendí el móvil y marqué su número.
- Dime nena, estoy a punto de entrar a operar, ¿qué pasa?- Dijo con voz impaciente
-Esto es importante: escucha. Quiero que te hagas inmediatamente unos análisis de VIH - le solté con voz ahogada.
Un silencio opresivo me obligó a preguntar:- ¿estás ahí?
-Si - contestó. Ricardo nunca se había caracterizado por ser muy comunicativo, así que le di yo misma la explicación que él no me pedía:
- He dado positivo en unos análisis de VIH, y antes de que me preguntes, no he estado con nadie más que contigo desde que te conozco, es decir hace 4 años. Si me lo han contagiado a mi, tuvo que ser la noche en Ibiza con el italiano aquél antes de conocerte. No lo entiendo, quizá se rompió el preservativo o vete tú a saber qué, pero me conoces lo suficiente como para saber que nunca he tenido relaciones de riesgo - Dije todo esto de un tirón, con la voz sorprendentemente firme para el estado en el que me encontraba. Otra vez el silencio. Le pregunté de nuevo, aunque esta vez con una nota de histeria en la voz: -- ¿me estás escuchando?. Le conocía lo suficiente como para saber que estaba asimilando la información recibida; estaba asustado. Yo también lo estaba por él, aunque me relajaba el pensar que siempre utilizábamos preservativos en nuestras relaciones sexuales.
- Si - contestó de nuevo - Me voy a hacer la prueba ahora mismo, aunque los últimos análisis del hospital estaban todos correctos. En cuanto sepa algo te llamo. Me tengo que ir. Un beso.
Me quedé con el teléfono en la mano y con cara de idiota al escuchar su despedida, absolutamente fría.
No sé. ¿Cómo debería reaccionar tu novio cuando le dices que tienes una enfermedad que puede ser mortal y que te va a joder la vida completamente?.
Quise llorar, pero, por alguna extraña razón, no me salían las lágrimas. Solo sentía esa nausea en el estómago. Recogí mis cosas y salí a la calle evitando a todos los compañeros que me iba cruzando por el camino.
Quería irme a casa, meterme en la cama y no salir jamás. De pronto me sentí completamente sola. Apreté el paso y cuando estaba llegando a mi portal, me crucé con el vecino de abajo, un macarra que iba de guaperas, propietario del párking de enfrente y que parecía no tener otro quehacer en la vida más que pasear a un chucho infecto por todo el barrio y mirarme las tetas disimuladamente cada vez que coincidíamos en el ascensor. Teníamos una guerra encubierta y no declarada por la música que ponía a todo volumen algunas noches.
No obstante, aquel día, algo me debió ver en la cara, porque se paró en plena calle y me preguntó con voz amable: - ¿te pasa algo? - mientras el chucho se me abalanzaba intentando que le acariciara. Habitualmente no le dirigía la palabra y era de lo más antipática con él, pero aquél día me paré, me agaché y abracé al perro mientras notaba que las lágrimas finalmente me corrían por la cara.
-Nada, no me pasa nada, todo está bien-. Me levanté y continué caminando, intentando limpiarme los ojos con el dorso de las manos. Me cogió del brazo suavemente – espera, no te vayas, ¿te puedo ayudar en algo?- me insistió con cara de preocupación, -no gracias, no puedes, pero gracias.- Me solté con cuidado y subí a mi casa.
Llamé otra vez a Ricardo. Tenía el móvil apagado.
Me empecé a preguntar en lo que me hubiese gustado hacer con mi vida de no haber recibido esa llamada por la mañana. Para empezar, cambiar de trabajo de una vez, hacer algo que me dejara tiempo libre, aunque tuviese que bajar mi ritmo de vida. Quedar más con mis amistades, a las que tenía bastante abandonadas. Tener un perro. Siempre había querido llevarme a un chucho de la perrera, pero Ricardo tenía alergia, y además, yo nunca estaba en casa. Viajar más. Hacer más caso a mis padres. Tener un hijo… ¿Por qué no había hecho nada de eso?... ahora probablemente ya era demasiado tarde para alguna de esas cosas.
Me serví un whisky solo e intenté bebérmelo aunque no pude: nunca he tolerado el alcohol. Pero quería emborracharme, perder la conciencia, olvidarme de todo. Así que busqué en un cajón hasta que encontré las pastillas para dormir. Solo las usaba en días muy puntuales, pero aquella vez me tomé 4 o 5. Me daba igual excederme de la dosis, en realidad, me daba todo igual.
No sé en qué momento me quedé dormida sobre el sofá, pero cuando me desperté eran ya las 10 de la mañana y un sol invernal entraba a raudales por la ventana. De inmediato me acordé de lo sucedido el día anterior y deseé no haber despertado jamás.
El timbre comenzó a sonar de manera insistente y me arrastré hasta la puerta en el peor despertar de toda mi vida.
Era Ricardo: - ha dado negativa mi prueba, estoy limpio- dijo sin ningún tipo de preámbulo mientras cruzaba el umbral de la puerta con aire preocupado.Tenía un aspecto impoluto, como siempre, contrastando con el que tenía yo en esos momentos.
-Estupendo- mi voz sonaba ronca pero aliviada. –menos mal.
-Oye mira, no sé muy bien cómo enfocar esto: he estado pensando; ya sabes que….se contagia por vía sexual..y….en fin…quizá deberíamos…por un tiempo…- dejó la frase sin terminar mientras se tocaba nervioso la ceja izquierda..
-Quieres dejarlo verdad?- Fue más bien una pregunta retórica, porque tal y como estaba reaccionando, conocía la respuesta.- vete, por favor vete. Es mejor así. Ya hablaremos.
Se me quedó mirando con cara de compungido y pensé que nunca le había visto tan guapo como aquel día en el que sentía que me estaba traicionando de la peor de las maneras. – si quieres me quedo - murmuró con voz apagada.
-Vete, por favor te lo pido.- No quería que me viera llorar.

Me metí en la ducha largo rato. Después, mientras me miraba en el espejo, me vino a la cabeza una pregunta de lo más extraña: ¿qué narices había estado haciendo con mi vida?....
Escuché el móvil sonando de nuevo. Debía ser de mi oficina. Estarían locos con el plantón de hoy, no era propio de mi faltar al trabajo sin avisar. Lo dejé sonar una y otra vez, no quería hablar con nadie. Otra vez llamaban, alguien estaba insistiendo. Lo cogí finalmente por curiosidad cuando observé que era un número que me sonaba de algo. -¿Si?- Logré articular con voz desganada.
_-Soy la doctora González. Tu ginecóloga.Llevo un buen rato llamándote... Verás, no sé muy bien como decirte esto. Los análisis que te leí ayer eran de otra paciente con tu mismo apellido. El laboratorio me lo ha comunicado a primera hora de la mañana. Tus análisis son perfectos. No tienes nada. ¿Me escuchas?.
-¿Qué?- creo que el corazón no me había latido tan deprisa en toda mi vida como en ese momento. -¿Cómo dices?.
-Que estás perfecta. Tus análisis son normales. Ha sido culpa del laboratorio.
-¿Seguro?- Pregunté casi gritando.
-Si, si, tranquila, segurísimo, me dijo con voz tranquilizadora. Pásate esta tarde por mi consulta y te los enseño. Lo siento porque me imagino cómo lo has estado pasando…
Dios mio!! No sé que me dio en aquél momento que, desnuda como estaba, tiré el móvil por los aires y me puse a hacer un baile de lo más estrambótico por toda la casa, mientras gritaba: si, si siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Me puse unos vaqueros y unas zapatillas viejas, di los buenos días más amables que jamás he dado nunca a mi portero, que se me quedó mirando con cara de bobo, y me fui a toda velocidad al Parque del Oeste, a dos manzanas de mi casa. Llegué hasta el sitio que más me gusta de todo Madrid: el templo de Debod. Y allí, una vez que recuperé la respiración tras la loquísima carrera que acababa de dar, me dispuse a realizar todas las llamadas que tenía en mente.
La primera a mi jefe, para decirle que me iba, y a pesar del cabreo monumental que se cogió por dejarle plantado con todo el trabajo pendiente, lo tranquilicé hasta el punto de conseguir que ofreciera hacerme carta de recomendación para cuando lo pudiese necesitar.
La segunda a mis padres, para decirles lo mucho que les quería y quedar con ellos a comer; claro que, yo no sé si se quedaron muy tranquilos ante tal demostración de afecto. No dejaban de preguntarme por teléfono: --¿pero estás bien, hija? ¿te pasa algo?.....
La tercera a Ricardo, que en cuanto le comuniqué las nuevas buenas me dijo todo contento: - ya sabía yo que tenía que ser un error, nena. ¿Lo celebramos esta noche? Te voy a llevar al restaurante aquel que tanto te gust….. –Ricardo, cariño, - le interrumpí - vete a tomar por el culo…
Una vez hecho esto, cuando me disponía a volver a casa, vi de lejos al chucho del macarra correteando al lado del estanque. Así que busqué a su amo con la mirada hasta que le encontré sentado, leyendo el periódico tranquilamente con sus vaqueros raídos, su cazadora de cuero y su pelo despeinado. Me pareció que leía El país; joder, encima rojo, pensé.
Me acerqué con la mejor de mis sonrisas y le saludé con un -hola- de lo más agradable. Me miró con cara de estupor, no sé si por la pinta que llevaba, por verme a esas horas en el parque o simplemente porque le saludaba de lo más simpática. Me contestó con otro -hola- un poco cortado, aunque enseguida me preguntó - ¿estás mejor…de lo de ayer?...
-si claro… gracias por haber sido tan…. amable; simplemente tuve un mal día, pero ya pasó-. Me sonrió, y el muy cretino volvió a su vieja costumbre de mirarme, disimuladamente, las tetas.
Definitivamente, el tío aquel me hartaba. Así que me dediqué a mirarle, no tan disimuladamente, el paquete. De pronto, soltó una risita por lo bajo y me invitó a cenar esa noche a su piso. Y, sorprendentemente, acepté la invitación. Quiso acompañarme a casa, pero yo quería estar a solas con mis pensamientos, así que mientras caminaba de regreso, una idea se paseaba continuamente por mi cabeza: tenía una segunda oportunidad. Podía empezar de nuevo. Era una sensación increíble, poderosa. Era dueña de mi vida y debía dirigirla hacia donde yo quisiera. No lo olvidaría nunca más.
Decidí invertir el resto de la mañana en ponerme contacto con mis (abandonadísimas) amistades y en informarme por internet de las asociaciones de ayudas para los enfermos de sida.
De pronto, mi móvil empezó a sonar de nuevo. Era Ricardo. Sólo escuché: - Cariño, perdona, yo…-antes de que le interrumpiera y le soltara con voz alegre:
- ah! Y por cierto….esta noche me voy a tirar a un tío que está increíble!!!.
Después le colgué el teléfono y lo desconecté.

domingo, 7 de marzo de 2010

Ups!!


Llovía. No recordaba un invierno tan lluvioso en Madrid desde…desde que conocí a Pablo, hacía ya casi 5 años. Los limpiaparabrisas de mi coche no dejaban de funcionar mientras escuchaba una vieja canción de Madonna en mi emisora favorita, Kiss FM.
Mis pensamientos volaban a toda velocidad aquella noche en la que había dejado a mis compañeros de trabajo, y de paso a mi jefe, con la palabra en la boca, inventando una excusa poco convincente sobre un dolor de cabeza repentino. No entendía muy bien cómo había actuado así.
La cena de navidad, y la consiguiente juerguecilla hasta las tantas, era una costumbre arraigada en mi empresa y extremadamente valorada por mi jefe, alias “kiwi”, llamado así a sus espaldas por la extraña similitud de su cabeza con esa fruta. Y encima había tenido que despedirme con los típicos comentarios, absolutamente absurdos, que la gente cree que debe decir a alguien que está a punto de casarse…Diossss… un presentimiento de auténtico mal rollo me atravesó de pronto todo el cuerpo al acordarme de eso; ¿cómo me había dejado convencer por Pablo de que nos casásemos?..al principio, cuando me lo propuso, no me pareció mala idea: vivíamos juntos ya desde hace tiempo, nos queríamos, lo pasábamos bien…teníamos una relación tranquila y agradable, y constituíamos una pareja completamente estable.
En realidad todo iba bien hasta que “ella” irrumpió de pronto en mi despacho, hacía ya más de 2 meses, y se presentó como la nueva informática, con la misión fundamental de enseñarnos a todos los abogados de mi empresa el nuevo programa de tarificación y clasificación de los expedientes; al principio me pareció la típica “niña bien”, un poco simple y algo retraída, aunque innegablemente guapa.
Después ocurrió el desastre: un par de coca-colas en la cafetería, algún que otro almuerzo juntas…y de pronto me encontré pensando en que era la persona más atractiva que había conocido en toda mi vida. Y era una chica. !una chica!…y yo con una boda inminente, con un novio de los nervios y una futura suegra comportándose como un auténtico coñazo con todos los preparativos del enlace.
No podía ser. No, no y no. Acaso yo era gay?... reconozco que de adolescente me gustaba alguna que otra actriz y que, de vez en cuando, me fijaba en determinadas chicas, pero nunca pasé de ahí. Pero entonces ¿qué me estaba sucediendo?...soñaba con ella, se me aceleraba el pulso cuando la veía y empecé a arreglarme extremadamente para ir a trabajar. Un comportamiento nada habitual en mi; solía ser bastante fría en mis relaciones personales-o eso me decían- y desde luego, nada enamoradiza.
Y sin embargo, ahí estaba: actuando como una auténtica idiota.
Además, tampoco conocía su opción sexual. En las conversaciones que teníamos, yo trataba de evitar a toda costa el tema de la boda e intentaba indagar sobre ella, pero sólo la pude sonsacar que, al menos de momento, estaba soltera y sin compromiso. No obstante había algo, estaba segura de ello…algo en su forma de mirarme, o de tocarme el brazo de una manera aparentemente casual, que me desasosegaba profundamente.
Y ahí estaba yo: atravesando Madrid de punta a punta para….no tenía muy claro para qué ni por qué. Solo sabía que tenía que averiguar algo. Y tenía que ser ya, esa misma noche. No podía esperar más.
Sabía dónde vivía porque la había acercado el viernes pasado a su casa después del trabajo. También sabía que vivía sola. Pero lo que no sabía era la cara que pondría cuando me viera aparecer por su casa a la 1 y media de la madrugada. Sólo de pensarlo, me daban sudores fríos, pero ya no podía, no quería, echarme atrás.
De pronto, me di cuenta de que estaba entrando en su calle y que había un sitio justo en frente de su portal..¿sería una señal? Quise pensar que si, mientras me arrepentía de no haber bebido nada en toda la cena que me diera un poco de valor; “a pecho descubierto” pensé. Me dirigí al portal y, por enésima vez aquella noche, estuve a punto de olvidarme de todo e irme a casa, pero, antes de pensarmelo más, ya estaba apretando el botón del 3º derecha.
Conté hasta 20 antes de escuchar una voz somnolienta, ¿y algo irritada quizás? que preguntaba: -¿quién es?…, para mi sorpresa, contesté con total naturalidad: - soy yo, Carolina, ¿me abres?.
Imaginé su cara de perplejidad y casi me entraron ganas de reír. Mientras subía en el ascensor suspiré de alivio al ver mi imagen en el espejo: algo despeinada pero atractiva.
Abrí la puerta del ascensor e inmediatamente la vi en el umbral de su casa, con cara de asombro pero con una cierta mueca burlona. Estaba descalza, en pijama, con el pelo revuelto pero increíblemente sexy. La seguí al interior de su casa mientras me estrujaba el cerebro para decir algo ocurrente. En medio del salón se dio la vuelta y se me quedó mirando otra vez con expresión interrogante, pero sin decir absolutamente nada. Me sentía como cuando iba al colegio sin saberme la lección y la profesora esperaba una respuesta que no llegaba... Abrí la boca para decir algo, carraspeé, me pasé la mano por el pelo y continué en silencio intentando mantener su mirada.
En aquél momento pensé que jamás había pasado más vergüenza en toda mi vida. Notaba las orejas calientes y agradecí la penumbra de la casa porque me imaginaba con la cara completamente roja. Yo creo que lo absurdo de la situación me hizo reaccionar y, de pronto, le tendí la mano mientras la miraba directamente a los ojos, sin titubear.
A partir de ahí hay cosas que recuerdo con cierta confusión, y hay otras que las recordaré con total nitidez el resto de mi vida; me dio el beso más turbador que jamás he recibido; primero fue suave, extremadamente suave, apenas un roce de labios. Me pareció casi hasta cursi, pero también muy sensual. En aquel momento se me pasaron multitud de cosas por la cabeza, y no podía dejar de preguntarme ¿qué demonios estoy haciendo?, aunque pronto dejé de pensar en casi todo, excepto en lo que estaba ocurriendo en esos momentos.
Me quitó el abrigo sin dejar de besarme y me arrastró hasta su dormitorio. Sólo me dio tiempo de fijarme en que la cama era enorme y que tenía un póster enmarcado de la película Casablanca, antes de darme cuenta de que me estaba quitando el cinturón del vaquero y desabrochándome la camisa.
Recuerdo perfectamente la sensación tan extraña que sentí al tocar el cuerpo de una mujer, de una manera tan íntima, por primera vez, aunque todo lo que sucedió a continuación me pareció absolutamente natural.
Después, cuando todo terminó, con los cuerpos entrelazados, caí en la cuenta de que aún no nos habíamos cruzado palabra.
Estuvimos así largo rato, y mientras me acariciaba muy despacito el pelo, yo pensaba en que todo había estado….increiblemente bien, y me sorprendí a mi misma por no tener remordimientos por lo que acababa de suceder.
De pronto me susurró con voz muy suave: - oye, pero... ¿ tú no te ibas a casar ??....
A la mañana siguiente, mientras volvía a mi casa para cambiarme antes de ir al trabajo, iba pensando en todo lo que tenía que hacer a lo largo del día: anular una boda entera, dejar a mi novio -Ay, Dios, pobre!!!-, tranquilizar a mi familia... vamos, casi nada. Si me gustase beber, seguro que me hubiese metido un buen lingotazo para el cuerpo, para afrontar mejor lo que se me venía encima.
Tenía por delante unos días francamente horrorosos. Aún así, me miré en el espejo del retrovisor y me di cuenta de que estaba sonriendo; de pronto, me acordé de los versos de una canción que siempre me ha gustado:
“que yo se que la sonrisa que se dibuja en mi cara, tiene que ver con la brisa que abanica tu mirada”.