domingo, 7 de marzo de 2010

Ups!!


Llovía. No recordaba un invierno tan lluvioso en Madrid desde…desde que conocí a Pablo, hacía ya casi 5 años. Los limpiaparabrisas de mi coche no dejaban de funcionar mientras escuchaba una vieja canción de Madonna en mi emisora favorita, Kiss FM.
Mis pensamientos volaban a toda velocidad aquella noche en la que había dejado a mis compañeros de trabajo, y de paso a mi jefe, con la palabra en la boca, inventando una excusa poco convincente sobre un dolor de cabeza repentino. No entendía muy bien cómo había actuado así.
La cena de navidad, y la consiguiente juerguecilla hasta las tantas, era una costumbre arraigada en mi empresa y extremadamente valorada por mi jefe, alias “kiwi”, llamado así a sus espaldas por la extraña similitud de su cabeza con esa fruta. Y encima había tenido que despedirme con los típicos comentarios, absolutamente absurdos, que la gente cree que debe decir a alguien que está a punto de casarse…Diossss… un presentimiento de auténtico mal rollo me atravesó de pronto todo el cuerpo al acordarme de eso; ¿cómo me había dejado convencer por Pablo de que nos casásemos?..al principio, cuando me lo propuso, no me pareció mala idea: vivíamos juntos ya desde hace tiempo, nos queríamos, lo pasábamos bien…teníamos una relación tranquila y agradable, y constituíamos una pareja completamente estable.
En realidad todo iba bien hasta que “ella” irrumpió de pronto en mi despacho, hacía ya más de 2 meses, y se presentó como la nueva informática, con la misión fundamental de enseñarnos a todos los abogados de mi empresa el nuevo programa de tarificación y clasificación de los expedientes; al principio me pareció la típica “niña bien”, un poco simple y algo retraída, aunque innegablemente guapa.
Después ocurrió el desastre: un par de coca-colas en la cafetería, algún que otro almuerzo juntas…y de pronto me encontré pensando en que era la persona más atractiva que había conocido en toda mi vida. Y era una chica. !una chica!…y yo con una boda inminente, con un novio de los nervios y una futura suegra comportándose como un auténtico coñazo con todos los preparativos del enlace.
No podía ser. No, no y no. Acaso yo era gay?... reconozco que de adolescente me gustaba alguna que otra actriz y que, de vez en cuando, me fijaba en determinadas chicas, pero nunca pasé de ahí. Pero entonces ¿qué me estaba sucediendo?...soñaba con ella, se me aceleraba el pulso cuando la veía y empecé a arreglarme extremadamente para ir a trabajar. Un comportamiento nada habitual en mi; solía ser bastante fría en mis relaciones personales-o eso me decían- y desde luego, nada enamoradiza.
Y sin embargo, ahí estaba: actuando como una auténtica idiota.
Además, tampoco conocía su opción sexual. En las conversaciones que teníamos, yo trataba de evitar a toda costa el tema de la boda e intentaba indagar sobre ella, pero sólo la pude sonsacar que, al menos de momento, estaba soltera y sin compromiso. No obstante había algo, estaba segura de ello…algo en su forma de mirarme, o de tocarme el brazo de una manera aparentemente casual, que me desasosegaba profundamente.
Y ahí estaba yo: atravesando Madrid de punta a punta para….no tenía muy claro para qué ni por qué. Solo sabía que tenía que averiguar algo. Y tenía que ser ya, esa misma noche. No podía esperar más.
Sabía dónde vivía porque la había acercado el viernes pasado a su casa después del trabajo. También sabía que vivía sola. Pero lo que no sabía era la cara que pondría cuando me viera aparecer por su casa a la 1 y media de la madrugada. Sólo de pensarlo, me daban sudores fríos, pero ya no podía, no quería, echarme atrás.
De pronto, me di cuenta de que estaba entrando en su calle y que había un sitio justo en frente de su portal..¿sería una señal? Quise pensar que si, mientras me arrepentía de no haber bebido nada en toda la cena que me diera un poco de valor; “a pecho descubierto” pensé. Me dirigí al portal y, por enésima vez aquella noche, estuve a punto de olvidarme de todo e irme a casa, pero, antes de pensarmelo más, ya estaba apretando el botón del 3º derecha.
Conté hasta 20 antes de escuchar una voz somnolienta, ¿y algo irritada quizás? que preguntaba: -¿quién es?…, para mi sorpresa, contesté con total naturalidad: - soy yo, Carolina, ¿me abres?.
Imaginé su cara de perplejidad y casi me entraron ganas de reír. Mientras subía en el ascensor suspiré de alivio al ver mi imagen en el espejo: algo despeinada pero atractiva.
Abrí la puerta del ascensor e inmediatamente la vi en el umbral de su casa, con cara de asombro pero con una cierta mueca burlona. Estaba descalza, en pijama, con el pelo revuelto pero increíblemente sexy. La seguí al interior de su casa mientras me estrujaba el cerebro para decir algo ocurrente. En medio del salón se dio la vuelta y se me quedó mirando otra vez con expresión interrogante, pero sin decir absolutamente nada. Me sentía como cuando iba al colegio sin saberme la lección y la profesora esperaba una respuesta que no llegaba... Abrí la boca para decir algo, carraspeé, me pasé la mano por el pelo y continué en silencio intentando mantener su mirada.
En aquél momento pensé que jamás había pasado más vergüenza en toda mi vida. Notaba las orejas calientes y agradecí la penumbra de la casa porque me imaginaba con la cara completamente roja. Yo creo que lo absurdo de la situación me hizo reaccionar y, de pronto, le tendí la mano mientras la miraba directamente a los ojos, sin titubear.
A partir de ahí hay cosas que recuerdo con cierta confusión, y hay otras que las recordaré con total nitidez el resto de mi vida; me dio el beso más turbador que jamás he recibido; primero fue suave, extremadamente suave, apenas un roce de labios. Me pareció casi hasta cursi, pero también muy sensual. En aquel momento se me pasaron multitud de cosas por la cabeza, y no podía dejar de preguntarme ¿qué demonios estoy haciendo?, aunque pronto dejé de pensar en casi todo, excepto en lo que estaba ocurriendo en esos momentos.
Me quitó el abrigo sin dejar de besarme y me arrastró hasta su dormitorio. Sólo me dio tiempo de fijarme en que la cama era enorme y que tenía un póster enmarcado de la película Casablanca, antes de darme cuenta de que me estaba quitando el cinturón del vaquero y desabrochándome la camisa.
Recuerdo perfectamente la sensación tan extraña que sentí al tocar el cuerpo de una mujer, de una manera tan íntima, por primera vez, aunque todo lo que sucedió a continuación me pareció absolutamente natural.
Después, cuando todo terminó, con los cuerpos entrelazados, caí en la cuenta de que aún no nos habíamos cruzado palabra.
Estuvimos así largo rato, y mientras me acariciaba muy despacito el pelo, yo pensaba en que todo había estado….increiblemente bien, y me sorprendí a mi misma por no tener remordimientos por lo que acababa de suceder.
De pronto me susurró con voz muy suave: - oye, pero... ¿ tú no te ibas a casar ??....
A la mañana siguiente, mientras volvía a mi casa para cambiarme antes de ir al trabajo, iba pensando en todo lo que tenía que hacer a lo largo del día: anular una boda entera, dejar a mi novio -Ay, Dios, pobre!!!-, tranquilizar a mi familia... vamos, casi nada. Si me gustase beber, seguro que me hubiese metido un buen lingotazo para el cuerpo, para afrontar mejor lo que se me venía encima.
Tenía por delante unos días francamente horrorosos. Aún así, me miré en el espejo del retrovisor y me di cuenta de que estaba sonriendo; de pronto, me acordé de los versos de una canción que siempre me ha gustado:
“que yo se que la sonrisa que se dibuja en mi cara, tiene que ver con la brisa que abanica tu mirada”.

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