martes, 9 de marzo de 2010

El cambio



Aquél día volvía a mi casa desde el trabajo por el camino de siempre, sin embargo, mi modo de caminar era diferente: no eran esos andares enérgicos que me caracterizan; no, tan sólo me limitaba a arrastrar las piernas, con la mirada perdida y sin fijarme apenas por dónde iba.
Hacía frío, cosa normal en pleno mes de febrero; no obstante, yo apenas lo sentía, es más, llevaba mi impecable abrigo de Massimo Dutti desabrochado y el bolso colgado de cualquier manera. Un taxi me pasó rozando cuando crucé una calle casi sin mirar y el taxista sacó la cabeza por la ventanilla con gesto cabreado, pero algo en mi mirada le hizo continuar sin decir nada.
Me pregunté cómo reaccionarían los demás cuando les daban la noticia. ¿Se quedarían con una especie de vacío en el estómago, como me había sucedido a mi?, ¿tendrían también esa nausea continua, interminable, infinita?...¿cómo se supone que debe reaccionar uno cuando le comunican que ha dado positivo en los análisis de VIH?.
Todavía no entendía cómo me podía pasar eso a mí. Tenía 35 años, un novio guapísimo, éxito profesional, una casa estupenda y una cuenta corriente muy saneada.
Todo había empezado con una llamada telefónica a mi móvil, hacía apenas hora y media, de mi ginecóloga. De inmediato me acordé de los análisis (absolutamente rutinarios) que tenía pendientes de recoger y supe que algo malo pasaba. Mis sospechas se materializaron cuando, ante mi insistencia, me confirmó que había dado positivo en VIH. Me remitió a un colega suyo para que examinara mi caso y me pusiera en tratamiento cuanto antes, pero yo ya no la escuchaba.
Desconecté todos los teléfonos y me quedé mirando a la pared de mi despacho mientras cientos de recuerdos iban pasando a toda velocidad por mi cabeza: la primera vez que monté en bici, mi primer beso, mi licenciatura en económicas….
De pronto, observé la pila de trabajo que tenía sobre mi mesa. Llevaba ya casi 6 años trabajando no menos de 10 horas diarias en un estado de estrés permanente que me había provocado un insomnio ya crónico, aunque, para ser justos, también me había permitido llevar un nivel de vida que provocaba la envidia de mis amigos cuando visitaban mi ático de 140 m2 en pleno centro de Madrid o me veían en mi audi último modelo.
Todo esto me pareció, por primera vez en mi vida, absolutamente superficial. Me invadió una tremenda sensación de pérdida. Sabía que ya nada sería igual. Absolutamente nada. Se me ocurrió que debía llamar inmediatamente a Ricardo. Cuanto antes. Así que, aunque sabía que no le gustaba que le llamara cuando estaba de guardia, encendí el móvil y marqué su número.
- Dime nena, estoy a punto de entrar a operar, ¿qué pasa?- Dijo con voz impaciente
-Esto es importante: escucha. Quiero que te hagas inmediatamente unos análisis de VIH - le solté con voz ahogada.
Un silencio opresivo me obligó a preguntar:- ¿estás ahí?
-Si - contestó. Ricardo nunca se había caracterizado por ser muy comunicativo, así que le di yo misma la explicación que él no me pedía:
- He dado positivo en unos análisis de VIH, y antes de que me preguntes, no he estado con nadie más que contigo desde que te conozco, es decir hace 4 años. Si me lo han contagiado a mi, tuvo que ser la noche en Ibiza con el italiano aquél antes de conocerte. No lo entiendo, quizá se rompió el preservativo o vete tú a saber qué, pero me conoces lo suficiente como para saber que nunca he tenido relaciones de riesgo - Dije todo esto de un tirón, con la voz sorprendentemente firme para el estado en el que me encontraba. Otra vez el silencio. Le pregunté de nuevo, aunque esta vez con una nota de histeria en la voz: -- ¿me estás escuchando?. Le conocía lo suficiente como para saber que estaba asimilando la información recibida; estaba asustado. Yo también lo estaba por él, aunque me relajaba el pensar que siempre utilizábamos preservativos en nuestras relaciones sexuales.
- Si - contestó de nuevo - Me voy a hacer la prueba ahora mismo, aunque los últimos análisis del hospital estaban todos correctos. En cuanto sepa algo te llamo. Me tengo que ir. Un beso.
Me quedé con el teléfono en la mano y con cara de idiota al escuchar su despedida, absolutamente fría.
No sé. ¿Cómo debería reaccionar tu novio cuando le dices que tienes una enfermedad que puede ser mortal y que te va a joder la vida completamente?.
Quise llorar, pero, por alguna extraña razón, no me salían las lágrimas. Solo sentía esa nausea en el estómago. Recogí mis cosas y salí a la calle evitando a todos los compañeros que me iba cruzando por el camino.
Quería irme a casa, meterme en la cama y no salir jamás. De pronto me sentí completamente sola. Apreté el paso y cuando estaba llegando a mi portal, me crucé con el vecino de abajo, un macarra que iba de guaperas, propietario del párking de enfrente y que parecía no tener otro quehacer en la vida más que pasear a un chucho infecto por todo el barrio y mirarme las tetas disimuladamente cada vez que coincidíamos en el ascensor. Teníamos una guerra encubierta y no declarada por la música que ponía a todo volumen algunas noches.
No obstante, aquel día, algo me debió ver en la cara, porque se paró en plena calle y me preguntó con voz amable: - ¿te pasa algo? - mientras el chucho se me abalanzaba intentando que le acariciara. Habitualmente no le dirigía la palabra y era de lo más antipática con él, pero aquél día me paré, me agaché y abracé al perro mientras notaba que las lágrimas finalmente me corrían por la cara.
-Nada, no me pasa nada, todo está bien-. Me levanté y continué caminando, intentando limpiarme los ojos con el dorso de las manos. Me cogió del brazo suavemente – espera, no te vayas, ¿te puedo ayudar en algo?- me insistió con cara de preocupación, -no gracias, no puedes, pero gracias.- Me solté con cuidado y subí a mi casa.
Llamé otra vez a Ricardo. Tenía el móvil apagado.
Me empecé a preguntar en lo que me hubiese gustado hacer con mi vida de no haber recibido esa llamada por la mañana. Para empezar, cambiar de trabajo de una vez, hacer algo que me dejara tiempo libre, aunque tuviese que bajar mi ritmo de vida. Quedar más con mis amistades, a las que tenía bastante abandonadas. Tener un perro. Siempre había querido llevarme a un chucho de la perrera, pero Ricardo tenía alergia, y además, yo nunca estaba en casa. Viajar más. Hacer más caso a mis padres. Tener un hijo… ¿Por qué no había hecho nada de eso?... ahora probablemente ya era demasiado tarde para alguna de esas cosas.
Me serví un whisky solo e intenté bebérmelo aunque no pude: nunca he tolerado el alcohol. Pero quería emborracharme, perder la conciencia, olvidarme de todo. Así que busqué en un cajón hasta que encontré las pastillas para dormir. Solo las usaba en días muy puntuales, pero aquella vez me tomé 4 o 5. Me daba igual excederme de la dosis, en realidad, me daba todo igual.
No sé en qué momento me quedé dormida sobre el sofá, pero cuando me desperté eran ya las 10 de la mañana y un sol invernal entraba a raudales por la ventana. De inmediato me acordé de lo sucedido el día anterior y deseé no haber despertado jamás.
El timbre comenzó a sonar de manera insistente y me arrastré hasta la puerta en el peor despertar de toda mi vida.
Era Ricardo: - ha dado negativa mi prueba, estoy limpio- dijo sin ningún tipo de preámbulo mientras cruzaba el umbral de la puerta con aire preocupado.Tenía un aspecto impoluto, como siempre, contrastando con el que tenía yo en esos momentos.
-Estupendo- mi voz sonaba ronca pero aliviada. –menos mal.
-Oye mira, no sé muy bien cómo enfocar esto: he estado pensando; ya sabes que….se contagia por vía sexual..y….en fin…quizá deberíamos…por un tiempo…- dejó la frase sin terminar mientras se tocaba nervioso la ceja izquierda..
-Quieres dejarlo verdad?- Fue más bien una pregunta retórica, porque tal y como estaba reaccionando, conocía la respuesta.- vete, por favor vete. Es mejor así. Ya hablaremos.
Se me quedó mirando con cara de compungido y pensé que nunca le había visto tan guapo como aquel día en el que sentía que me estaba traicionando de la peor de las maneras. – si quieres me quedo - murmuró con voz apagada.
-Vete, por favor te lo pido.- No quería que me viera llorar.

Me metí en la ducha largo rato. Después, mientras me miraba en el espejo, me vino a la cabeza una pregunta de lo más extraña: ¿qué narices había estado haciendo con mi vida?....
Escuché el móvil sonando de nuevo. Debía ser de mi oficina. Estarían locos con el plantón de hoy, no era propio de mi faltar al trabajo sin avisar. Lo dejé sonar una y otra vez, no quería hablar con nadie. Otra vez llamaban, alguien estaba insistiendo. Lo cogí finalmente por curiosidad cuando observé que era un número que me sonaba de algo. -¿Si?- Logré articular con voz desganada.
_-Soy la doctora González. Tu ginecóloga.Llevo un buen rato llamándote... Verás, no sé muy bien como decirte esto. Los análisis que te leí ayer eran de otra paciente con tu mismo apellido. El laboratorio me lo ha comunicado a primera hora de la mañana. Tus análisis son perfectos. No tienes nada. ¿Me escuchas?.
-¿Qué?- creo que el corazón no me había latido tan deprisa en toda mi vida como en ese momento. -¿Cómo dices?.
-Que estás perfecta. Tus análisis son normales. Ha sido culpa del laboratorio.
-¿Seguro?- Pregunté casi gritando.
-Si, si, tranquila, segurísimo, me dijo con voz tranquilizadora. Pásate esta tarde por mi consulta y te los enseño. Lo siento porque me imagino cómo lo has estado pasando…
Dios mio!! No sé que me dio en aquél momento que, desnuda como estaba, tiré el móvil por los aires y me puse a hacer un baile de lo más estrambótico por toda la casa, mientras gritaba: si, si siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Me puse unos vaqueros y unas zapatillas viejas, di los buenos días más amables que jamás he dado nunca a mi portero, que se me quedó mirando con cara de bobo, y me fui a toda velocidad al Parque del Oeste, a dos manzanas de mi casa. Llegué hasta el sitio que más me gusta de todo Madrid: el templo de Debod. Y allí, una vez que recuperé la respiración tras la loquísima carrera que acababa de dar, me dispuse a realizar todas las llamadas que tenía en mente.
La primera a mi jefe, para decirle que me iba, y a pesar del cabreo monumental que se cogió por dejarle plantado con todo el trabajo pendiente, lo tranquilicé hasta el punto de conseguir que ofreciera hacerme carta de recomendación para cuando lo pudiese necesitar.
La segunda a mis padres, para decirles lo mucho que les quería y quedar con ellos a comer; claro que, yo no sé si se quedaron muy tranquilos ante tal demostración de afecto. No dejaban de preguntarme por teléfono: --¿pero estás bien, hija? ¿te pasa algo?.....
La tercera a Ricardo, que en cuanto le comuniqué las nuevas buenas me dijo todo contento: - ya sabía yo que tenía que ser un error, nena. ¿Lo celebramos esta noche? Te voy a llevar al restaurante aquel que tanto te gust….. –Ricardo, cariño, - le interrumpí - vete a tomar por el culo…
Una vez hecho esto, cuando me disponía a volver a casa, vi de lejos al chucho del macarra correteando al lado del estanque. Así que busqué a su amo con la mirada hasta que le encontré sentado, leyendo el periódico tranquilamente con sus vaqueros raídos, su cazadora de cuero y su pelo despeinado. Me pareció que leía El país; joder, encima rojo, pensé.
Me acerqué con la mejor de mis sonrisas y le saludé con un -hola- de lo más agradable. Me miró con cara de estupor, no sé si por la pinta que llevaba, por verme a esas horas en el parque o simplemente porque le saludaba de lo más simpática. Me contestó con otro -hola- un poco cortado, aunque enseguida me preguntó - ¿estás mejor…de lo de ayer?...
-si claro… gracias por haber sido tan…. amable; simplemente tuve un mal día, pero ya pasó-. Me sonrió, y el muy cretino volvió a su vieja costumbre de mirarme, disimuladamente, las tetas.
Definitivamente, el tío aquel me hartaba. Así que me dediqué a mirarle, no tan disimuladamente, el paquete. De pronto, soltó una risita por lo bajo y me invitó a cenar esa noche a su piso. Y, sorprendentemente, acepté la invitación. Quiso acompañarme a casa, pero yo quería estar a solas con mis pensamientos, así que mientras caminaba de regreso, una idea se paseaba continuamente por mi cabeza: tenía una segunda oportunidad. Podía empezar de nuevo. Era una sensación increíble, poderosa. Era dueña de mi vida y debía dirigirla hacia donde yo quisiera. No lo olvidaría nunca más.
Decidí invertir el resto de la mañana en ponerme contacto con mis (abandonadísimas) amistades y en informarme por internet de las asociaciones de ayudas para los enfermos de sida.
De pronto, mi móvil empezó a sonar de nuevo. Era Ricardo. Sólo escuché: - Cariño, perdona, yo…-antes de que le interrumpiera y le soltara con voz alegre:
- ah! Y por cierto….esta noche me voy a tirar a un tío que está increíble!!!.
Después le colgué el teléfono y lo desconecté.

2 comentarios:

  1. Bueno, bueno, bueno...que sorpresa!!!!..Esto lo has escrito tu!!!!!????..vaya vaya...primero debes agradecer que haya tenido la delicadeza de leerlo hasta el final, porque largo es un rato..pero está francamente bien..Felicidades!!!Por cierto, publica los comentarios..
    Besos

    ResponderEliminar